La Conciencia

de “El Amor del Espíritu” Bert Hellinger (pág. 182)

Hay algo más que enardece el conflicto. Es algo que llamamos “bueno” y que realidad, a pesar de ello, produce un efecto negativo. Es la conciencia buena o tranquila. Tal como sucede con lo de hacer justicia, a menudo se usa la conciencia tranquila como caballito de batalla para el deseo de aniquilación. Y es que siempre que alguien se considera mejor en comparación de otros y que por consiguiente justifique todo lo que les cause actúa bajo la influencia de su conciencia “con la conciencia tranquila”.

¿Se trata realmente de su conciencia? Lo que hace posible que sobreviva es la conciencia de la familia y la del grupo. Mediante el deseo de aniquilar, la conciencia de un grupo se asegura la supervivencia cuando entra en conflicto con otros grupos. Muchas personas opinan que esta conciencia es algo sagrado y santifican los ataques -incluso la aniquilación- en contra de personas, de creencias o actitudes diferentes a las de ellos. Entonces en las “guerras santas”, tanto en el campo de batalla como dentro de los grupos aquellos que piensan y actúan diferentes son percibidos como una amenaza para la unidad del propio grupo. Así como sucede en la guerra, en este caso todos los medios para lograr ese fin son justificados y santificados por la conciencia tranquila o buena, a los mismos medios que los agresores o a su imparcialidad no tiene eco y cae al vacío. No se trata aquí de que ellos sean malos , sino de que tienen una conciencia tranquila y consideran estar luchando por una buena causa.

A la inversa: aquel que considera que puede apelar a su conciencia actúa así desde otra conciencia, desde su conciencia tranquila. Por lo tanto corre peligro de recurrir, siempre siguiendo lo que dicta su propia conciencia tranquila o buena, a los mismos medios que los agresores. Por ello resulta inútil tratar de encontrar soluciones para los grandes conflictos a nivel de la justicia y la conciencia buena o tranquila.